Han pasado más de 600 días desde que mis hijos no asistieron a clases en persona. Los efectos emocionales han sido diversos, durante esta eterna pandemia para ellos, lo que les ha llevado a sacar todos sus recursos personales, y a nosotros como padres, establecer diversas estrategias en conjunto con especialistas. Finalmente, el resultado ha sido positivo en ambos, a pesar de los diversos obstáculos que se presentaron en el camino.
Es cierto que esta pandemia tomó por sorpresa a las escuelas y estas, así como los estudiantes, tuvieron que adaptarse a nuevas formas de interacción para la docencia. Sin embargo, si algo fue sorprendente, fueron los efectos que esta situación tuvo en todo el ecosistema escolar. Docentes molestos con las exigencias académicas sin tener en cuenta las repercusiones emocionales individuales de cada niño, padres que suplantan a sus hijos en el desarrollo de sus deberes, e incluso situaciones como exigir que las niñas en la adolescencia se concentren en su cuerpo, a pesar de que desde Evolutivo la psicología sabe lo problemática que puede ser la autopercepción corporal en esta etapa de desarrollo.
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La educación en tiempos de pandemia se volvió inhumana y robótica en un gran número de escuelas públicas y privadas. Las notas, la forma persecutoria de exigir la entrega del trabajo, la poca empatía y conexión con los procesos emocionales y familiares de cada alumno en sus hogares; han dejado huellas e interrumpido procesos evolutivos cuyos efectos veremos en los próximos años.
Exigir un regreso a la presencia es un “tema de tendencia” en Twitter, pero no en la agenda del gobierno. Esto es inaceptable, más aún si se tiene en cuenta que este regreso a clases no será un regreso cualquiera, sino que supondrá una infinidad de ajustes y contiendas psicopedagógicas. #ingresos